Mi sendero de los convenios

junio 19, 2022

Este fin de semana fue uno de los más especiales. Tuvimos Conferencia de Estaca y escuchamos mensajes que nos inspiraron e hicieron sentir más cálido el corazón. Personalmente, sentí mucha emoción al escuchar varias veces las palabras “el sendero de los convenios”. Me hizo pensar en mi propio sendero de los convenios y en todos esos momentos especiales que me hacen ser quien soy hoy. Quienes me conocen saben que la parte espiritual en mi vida ocupa la mayor parte de lo que me hace feliz.

Cuando tenía 8 años, me bauticé en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Dias. Desde ahí, para mi es como ir subiendo escalón tras escalón durante todos los hechos de mi vida. Desde esa edad ya escribía en mi diario, (porque sí, siempre me ha gustado escribir). Escribí sobre lo importante que era para mi y feliz que estaba. En mi diario escribí sobre cuando tenía que dar discursos en la Primaria, sobre la emoción que sentía los domingos al ir a la capilla, ver a mis amigas, subir el árbol que estaba al costado lo cual lo llamábamos “nuestro árbol”, las veces que pasaba a dar mi testimonio en la Reunión Sacramental. Escribía sobre mi familia, y cuán grande era mi sueño de entrar al Templo a los 12 años. Me encantaba cumplir las metas del libro “Mi Fe en Dios”. Las completé todas.

A los 12 pasé a la organización de Mujeres Jóvenes y fui feliz. Nunca se me va a olvidar una frase pegada por la pared de mi clase: “Se necesita valor para hacer lo que se sabe que es correcto, aun cuando sea difícil. Pero nunca les faltará ese valor, a menos que ustedes mismas dejen que se pierda.” Cada domingo nos poníamos de pie para recitar el lema, que sigo amando, porque me recordaba mi valor, algo que hoy, mirando para atrás, me doy cuenta que es tan necesario en la edad de la adolescencia. Una gran bendición dentro de mi sendero de los convenios fue que a los 11 empecé a tocar el piano y ayudaba en las presentaciones de la primaria. Eso me hizo sentir que tenía algo especial para dar, en el momento no lo percibí así, pero como se dice “todo en la vida tiene un porqué, solo que se sabe eso al mirar para atrás”.

La época de Mujeres Jóvenes fue genial. La disfruté, la viví al máximo. Completar las metas del Progreso Personal y ver los adhesivos dorados por completar cada valor me animaba muchísimo. Era algo pequeño, pero significativo. El año 2011 fue uno de los años más importantes de mi vida, donde afirmé muchos principios que hasta hoy en día me ayudan. El 30 de octubre de 2011, cuando cumplí 16, recibí mi reconocimiento a la Joven Virtuosa, aunque todavía me quedaban 2 años más en la organización. Me encantaba compartir mis sentimientos sobre el Evangelio en Facebook, regalar libros de “Para la Fortaleza de la Juventud” a mis amigos del colegio, eso me hizo perder el miedo a hablar de la Iglesia con los demás. Los mensajes de la Conferencia General:  “Busquen conocimiento: tienen una obra que realizar” o “Cuando se salva a una niña, se salvan generaciones” marcaron esa época especial. A los 16 hice mi lista de cosas que siempre haría y que nunca haría, a los 16 formé el hábito de asistir al Templo regularmente. Hoy en día leer mis diarios personales de todos esos años me fortalecen.

Desde los 16 ayudo con la música en las Conferencias de Estaca, en el piano. Lugar que ha sido sumamente especial en mi sendero de convenios. La música de la Iglesia es uno de los pilares de mi testimonio.

A los 17, recibí mi Bendición Patriarcal. Recuerdo que desde los 14 años lo quería recibir, y cada año consecutivo iba a pedir entrevista para recibirla, pero me hicieron esperar para estar más lista a los 17. Así que imaginarán lo emocionada que estaba. Desde los 18 he servido en llamamientos en la Estaca, el primero fue como secretaria de la Sociedad de Socorro, llamamiento que amé, porque me hizo estar más cerca de las hermanas, conocerlas, hablar con ellas. Aprender cómo se debería ministrar a las hermanas de la Iglesia. A los 20, como consejera de Mujeres Jóvenes. Sentí mucha ilusión con ese llamamiento porque me hacía estar cerca de las jóvenes, recordar todo lo que siempre amé.

A los 20 años decidí servir una misión de tiempo completo, decisión que me tomó algunos meses porque aunque sentía el deseo, yo buscaba una respuesta más específica a mi oración. Y la recibí, en el templo. Serví en México, país que amo profundamente. Toda mi misión estuvo llena de experiencias que me marcaron como ningún otro tiempo en mi vida. Tuve al mejor Presidente de Misión, las compañeras que necesitaba y con quienes me divertí y amé, las personas que conocí me dieron amor, me abrieron las puertas de su casa y aún me brindaron su cama cuando me enfermaba. Nunca podría olvidar a las hermanas que me llevaban cosas a la casa las pocas veces que me enfermé, los padres que nos recibían como si fuéramos sus hijas, las familias que nos daban de comer. Esas son cosas que nunca podría olvidar. Probablemente sueno intensa con eso, pero cuando aprendes a ver todo como un regalo, todo toca tu corazón. Y para mí la misión fue eso.

Regresé a casa y pude ver muchas de las bendiciones de haber servido, me sorprende cómo sigo siendo bendecida por eso. Cuando fui apartada, una de las promesas que extendió mi Presidente de Estaca fue que yo sería bendecida posterior a mi misión por la decisión que estaba tomando y que ésta decisión cambiaría mi vida, terminando con la frase “Porque el obrero es digno de su salario”. Otra vez, en el momento no lo entendí por completo pero ahora viendo todo lo que ha pasado, todo cobra sentido. Todo lo bueno que tengo, me lleva a la decisión de haber servido.

Recorrer el sendero de los convenios en estos 26 años no ha sido siempre fácil, pero siempre lo he visto posible gracias a la fe y confianza que pongamos en el Señor. A veces cuando me siento desanimada, leer mis recuerdos espirituales me dan fortaleza… Recordar todas esas experiencias y sentimientos, me animan a seguir dando lo mejor de mi.

Estoy emocionada por lo que me queda recorrer en mi sendero. Hay tantas cosas que aún voy a vivir, y eso me hace sentir la mujer más feliz del mundo. Saber que cada día es una oportunidad para ser mejor, que aún tengo convenios por hacer con mi Padre Celestial,  que todavía me queda un vestido blanco por usar. Sé que el Señor guía mi vida mientras yo lo escuche.

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